Siglos que no caminaba por esos prados, que no pisaba la más cristalina agua, que no rociaba su cuerpo con el salpique de una cascada. La soledad a veces podía ser abrumadora, pero para Aura no era nada más que un descanso de tanto años vividos. A veces se preguntaba qué estarían haciendo sus chiquillos, eran tantos que sería un poco difícil saber el nombre de todos, claro, si es que aun continuaban con vida. De ciento de huevos unos pocos habían nacido, y de esos... casi nulos fueron los que llegaron a la madurez necesaria como para abandonar su nido.
Su conciencia estaba tranquila, en su momento lloró y sufrió pero el tiempo cura las heridas como bien se dice.
Abandonó su morada únicamente para dar un paseo por las zonas que tenía abandonadas. Su largo y verde vestido acariciaba el césped con gracia mientras que en su andar iba desprendiendo aquel aroma dulzón a fresas y otros frutos rojizos.
Más de un pequeño animalito se acercó hasta ella, era algo sumamente normal a pesar de su presencia intimidante, le agradaba sentirles aunque sea a la distancia. No fueron una ni dos las veces en las que volteó divertida a contemplar la tímida cercanía de las criaturas mientras que ella seguía avanzando.
Sin duda era un espléndido día, ideal para darse el lujo de visitar la cascada de Cristal, sitio de paz y serenidad. La cascada siempre ha sido sitio recurrente para aquellos que desean meditar acerca de algo; Y ella, aunque no lo pareciera también recurría a ésta en forma pensativa. Hacia unos pocos días unos seres se habían acercado a su territorio en busca de una ¿Alianza? irónica sonaba la palabra misma, pero en estos tiempos ya nada le extrañaba, su repentino despertar antes de lo previsto era una clara seña de que algo no estaba del todo correcto.
Sutil fue su movimiento cuando tomó asiento en una roca cercana. Acomodó su kimono para que el viento cálido le abrazara en ese pequeño descanso. Meditar era la idea, pero prefirió contemplar la vieja cascada que a pesar del paso de tantos años siempre permanecía igual.