Andando sin rumbo y protegida por su propio elemento, sintió de manera repentina la activación de un centro de energía no muy lejano a ella, a lo que optó por alejarse del centro de origen de tal poder que, en realidad, no le asustaba ni le provocaba una sensación de peligro o cautela, el aura que emanaba era calida, agradable, podría indicar que incluso deseaba conocer el origen de tal fuente de sensaciones agradables, sin embargo, no se lo permitiría.
Su andar era lento, no lo hacía de manera inconsciente, tal ritmo era para mantenerse en contacto con tal escencia el mayor tiempo posible, había pasado mucho tiempo desde que su ser percibió algo tan puro como ello y deseaba recordar el sentimiento para guardarlo en su corazón y que perdurase un tiempo más dentro de él. Su maestro arribó a sus memorias, él, pese a sus exigencias, poseía un aura igual de limpia.
Suspiró de manera sutil, su aliento más helado que el mismo clima, entrecerró sus ojos un momento y entonces su visión entera se enfocó en un detalle peculiar que había aparecido de la nada ante sus pies: una rosa hecha completamente de hielo. Parpadeó ingenua un par de veces dudando del origen de la misma, pensando en que el creador tendría habilidades semejantes a las suyas.
-Veamos...—elevó de manera muy tenue su energía, para luego crear una copia de la flor que se encontraba frente a ella, después otra, y otra, y otra más, formando un campo que, sin notarlo, se había unido a otro no muy lejano que contenía aquella flora tan peculiar de origen artificial— Oh, oh...—su paso se apresuró inmiscuyéndose en la penumbra, alejándose del posible contacto con el mundo, aún con su maestro en sus memorias y un ligero dolor en su corazón, yendo en dirección a tierras más cálidas y habitables, donde, seguramente, encontrará a alguien que pudiese guiarle.